viernes, 29 de agosto de 2008

HISTORIAS DEL FRENTE DE ARDALES

TOTAL, POR POCO MÁS DE SESENTA DUROS

La verdad era que las cosas no pintaban demasiado bien para los republicanos malagueños en octubre del 36, pues en menos de tres meses habían cedido a los militares golpistas todo el interior, es decir que los frentes fueron reculando camino del mar como quien dice hasta llegar a las montañas que al sur dividen la provincia, las del Torcal, que actuaban como frontera natural: para que nos entendamos, se había pasado de frenar el avance de los facciosos en los limites de la provincia de Sevilla y Córdoba, en la Roda y Puente Genil, en la Serranía Rondeña, a tener el enemigo en las puertas, en Árdales, por Cauche y casi a tiro de piedra la capital, vamos que a poco que se descuidaran el tal Queipo de Llano lo tendrían tomando café en calle Larios (como prometió en una de sus charlas radiofónicas) antes de las navidades.

El personal republicano de la provincia estaba muy cabreado con la marcha de la guerra porque el negocio iba regular, y sobre todo con tanto hijo de puta emboscado que hacía de la revolución su negocio particular, osea lo de siempre, de los que aprovechaban que el Pisuerga pasa por Valladolid para hacer de su capa un sayo y decían aquello que pegaran tiros otros. Y algo así pasaba en Árdales el 11 de Agosto (el mismo día que a puntito estaba de que entraran a sangre y fuego en Antequera las columnas del general golpista Varela) que debía tener un comité de guerra numerosísimo, y tanto que se sometió a votación reducirlo y mandar a los que sobraban a pelear porque no habían dineros para pagar tantos sueldos, pero como dije se sometió a votación y ganaron los que no querían jugársela (por tres votos) pero si en cambio un sueldo (tres pesetas con cincuenta céntimos) que no es que fuera mucho pero tal como estaba el patio daba para tirar y verlas venir mientras descampaba, quizás diciéndose –socarrones- aquí paz y allí gloria, que el hijo de mi madre no nació para que lo revienten de un tiro los facciosos.

Pero la rueda del destino (aunque no lo veamos) no para de dar vueltas, y aquella acta del comité se hizo publica y en los periódicos de Málaga apareció con grandes titulares dos días después, hasta que rodando y rodando cayó en manos de un manco (el brazo lo perdió en el 24 en los peñascales del Riff cuando peleaba contra la morisma) muy fervoroso de la revolución que llevaba pegando tiros desde el 18 de julio y a la sazón mandaba una columna de milicianos. El tal manco, de nombre Mario d’Ancona, la leyó y al parecer se le revolvieron las tripas y al parecer se la juró a aquellos tres héroes de la retaguardia. Y digo que se la juró porque lo primero que hizo tres meses más tarde, reciennombrado jefe militar del sector de Árdales, fue fusilarlos al mediodía del nueve de octubre del 36 tras consejo de guerra sumarisimo, y según la prensa provincial por ladrones, escribiendo el corresponsal “el fusilamiento se efectuó en tres miembros de dicho comité por motivo de haber sido encontrado en su poder joyas y dinero que no pudieron justificar su procedencia…” Lo dicho, pan para hoy y hambre para mañana y todo por poco más de sesenta duros, que fue el triste salario de tres meses.

viernes, 8 de agosto de 2008

EL NIÑO RAFALITO DÍAZ

Aquel domingo 24 de Julio del 36, una calurosa mañana de aquel colérico verano, andaba el alcalde redactando un bando donde avisaba a ladrones y asesinos que se las verían con él si continuaban con sus fechorías y robos, cuando en el despacho entró su ayudante con un manojo de periódicos del día anterior. Una noticia aparecía con grandes titulares en el periódico malagueño “julio” y su contenido puso de tan mala leche al alcalde antequerano que olvida su natural templanza y comedimiento, y suelta un ¡coño! que sobresalta a su ayudante Manolo.

Qué ocurre Antonio, preguntó amoscado el tal Manolo que andaba entretenido repasando una larga lista de nombres de refugiados, de huidos llegados el día anterior a Antequera desde la raya de Sevilla y Córdoba. Indignado, el alcalde contestó que llevaba una semana pegando tiros para que los de Málaga vengan a quedarse con todos los méritos…Y llevaba más razón que un santo don Antonio pues desde el 21 no paraba, una semana casi jugándosela a una sola carta, como en el cortijo Gómez, en Archidona, donde por poco lo acribilla un emboscado que vendió cara su vida, y al que secretamente reconocía un par como dios manda pues el tío aguantó como los buenos y antes de decir hasta nunca se dijo de perdidos al río y los que pueda llevarme por delante eso que me llevo, así que antes que los milicianos lo mandaran al infierno a bombazos mató a dos e hirió a cuatro… ¡Coño Manolo! que los de la capital siempre aparecen cuando el trabajo duro esta hecho y no silban las balas y algunos más le valdría no aparecer, que solo vienen a robar y a matar, como los dos chorizos de Málaga, de la FAI decían los desgraciados que eran, que detuvimos ayer en la plaza de abastos mientras robaban a punta de pistola a los tenderos (le exigían la recaudación para socorrer a los combatientes de la capital) y deberíamos haber fusilado en el acto, allí mismo, insistió, rojo de ira y a punto de explotar. El alcalde, que ya digo era hombre comedido en sus palabras, estaba aquella mañana desconocido pues a voces juró por sus muertos que de ahí no pasaba, que borrón y cuenta nueva y que cada perro se lamiera su cipote en adelante, y que lo de Loja fue cosa de antequeranos y no de los figurones de málaga como falsamente pregonaba el periódico de marras, que las “heroicas” milicias de la capital llegaron cuando el fregado acabó, pero eso si, con sus fotógrafos y periodistas.

Y verdad era lo que decía y justificado el cabreo de don Antonio, pues fue el antequerano Olea quien se llevó por delante de un pacazo (un tiro a gran distancia con un máuser del 16) al brigada de la guardia civil que comandaba la tropa insurrecta y acabó por descomponer la resistencia de los facciosos y sobre todo porque fue el niño Rafalito Díaz (digo niño porque tenía solo 16 años) quien con un par bien colocados y veinte voluntarios antequeranos tomó el Ayuntamiento, siendo Rafalito el primero en sentarse en el sillón del alcalde y no los pamplinas que el periódico “julio” decía.

viernes, 1 de agosto de 2008

EL MOTIN DE BOBADILLA

El tren que tenía anunciada su salida a las once cuarenta y cinco de la Malagueña Estación de los Andaluces cumplió como los buenos y salió a su hora con destino a Antequera, a la que tenía previsto llegar a las quince y siete minutos, y después de esperar en Bobadilla lo que fuera menester y las necesidades bélicas de aquellos días precisasen. El tren pitó, se estremeció como una bestia herida y tras dos intentos desesperados aquella mole de acero sobrecargada comenzó a rodar camino de los pasos montañosos del Chorro.

Los viajeros que aquel colérico domingo dos de agosto de 1936 decidieron darse un respiro del ambiente turbador de la capital eran variopintos en formas y contenidos, que aparte la natural necesidad de que unos viajan por obligación y otros por devoción allí los había ruidosos y cantarines, pues tales eran los milicianos armados hasta los dientes que se suponían caminos de los muchos frentes que eran necesario reforzar para que sobre Málaga no cayeran las harkas del general Varela antes de tiempo, y otros muchos de rostros huraños y miradas desconfiadas, casi de mala leche.

El tren llego a casi la hora prevista a Bobadilla, sobre las dos de la tarde y a la hora de comer, y los altavoces anunciaron que los trenes con destino a Ronda y Granada tenían un retraso de ni se sabía por culpa de los cabrones de los golpistas que andaban intentando reconquistar la Roda y había un lío de mil pares de cojones, total que había para rato.

La milicia bajó del tren atropellada, como un alud camino de la cantina donde se las prometían felices, mas su gozo en un pozo: cerrada a cal canto, y con un cartel anunciando que por no haber nada que vender cerrada hasta nueva orden. Seguro que está llena de botellas de fino y ristras de chorizos, dijo uno de ellos que parecía mandar, a lo que añadió otro que la culpa era de los emboscados y acaparadores que negaban a los hijos del pueblo el pan que con las armas habían ganado . Y antes que se santigua un cura loco a patadas y culatazos contra la puerta de la cantina, y dentro nada, nada de nada, vacía de todo lo que mereciera la pena, que allí dentro ni el cantinero estaba. Pues al pueblo dijeron gritando, y si no hay nada que comer nos comemos las entrañas de las beatas…Aquello acabó como acabó, ya se lo pueden imaginar.