sábado, 27 de septiembre de 2008

LA FOTO

Una de las cosas que más desconciertan a los que se aventuran por los tiempos pasados son las fotos de época, especialmente las de aquel colérico verano del 36, y sobre todo las de días antes del 18 de julio que retratan escenas felices. Y las investigan, las estudian, echan mano de archivos y personas, y a veces logran reconstruir vidas y biografías, y a veces se espantan con el sobrecogedor final de algunos retratados, que visto como acabaron muchos más le hubieran valido no nacer y a sus madres no haberlos parido.

La fotografía motivo de este artículo fue tomada el 10 de julio de 1936, en Archidona, en una de las galerías de lo que fue antiguo colegio de los Escolapios. En ella se ve la luz del mediodía pasar por lo grandes ventanales, abiertos ellos de par en par para que algo de aire entre y refresque las estancias. Además, a dos maestros en primer plano, y al fondo la exposición de trabajos escolares, a los niños y niñas, a las autoridades e invitados, todos sonrientes y satisfechos por lo logrado en tan poco tiempo… Mas viendo a todos felices, pero ignorantes del pavoroso futuro que se les venía encima, sin saber nada del horroroso porvenir que a muchos el destino le tiene asignado, viéndolos así, tan radiantes, dan ganas de llorar, sabiendo uno lo que pasó días después a muchos de ellos.

Eran gentes satisfechas las que posaron aquel 10 de julio de 1936 en el que había sido colegio de los Escolapios de la vecina Archidona, pues al fin habíase logrado lo que parecía imposible tres meses atrás, ya que entre unas cosas y otras el pueblo llevaba casi cinco años sin escuelas por falta de recursos, que la republica fundó escuelas y nombro maestros olvidando dineros para sueldos y logística, y sobre todo porque durante el gobierno de las derechas (1933-1936) poco o nada se hizo para remediarlo, pues estos últimos miraban de reojo tales establecimientos, y sobre todo a los enseñantes, por predicar –en su mayoría- consignas republicanas y cosas poco acorde con el gusto de los oligarcas, terratenientes y curas, es decir que allí sonaba el Himno de Riego y se daban vivas a la república en lugar de vivas al rey, pero lo que los llevaba a malvivir era que en lugar de rezos y catecismos se cantaran las glorias de Bakunín o Mark… Cuentan que alcalde de Archidona, don Manuel Salcedo soltó un discurso que casi resultó mitinesco, pero que en aquellos tiempos, calientes y apasionados, era la tónica general y lo apropiado, y tras agradecer a todos sus esfuerzo, acabó diciendo, poco más o menos“ Al fin tenemos un colegio público, laico, en manos de maestros y no de frailes, donde se podrá enseñar en libertad lo que todo ciudadano de bien debe saber… ¡Para algo vino la república y ganamos las elecciones de febrero, así que hasta septiembre¡

Insisto, en la foto todos estaban contentos con el presente y se las prometían felices, mas el alcalde, socialista, no podía ni imaginar que para él no habría próximo curso, ni más hermosos otoños archidoneses por decenas de años, no podía ni imaginar que un mes más tarde tendría que hacer las maletas a toda prisa y salir de Archidona corriendo hasta Francia perseguido por una harka de moros, dejando atrás vida y trabajo, y novia, a la muy hermosa Isabel, que también estaba en la foto, y que hubo de exiliarse por su cuenta días después, primero a Ceuta y después a la Argentina. Pero de todos ellos el de más triste final lo tuvo un concejal republicano también presente en la foto, Francisco, que fue detenido el 19 de Agosto en su casa y llevado a Antequera en un camión con otros cuatro más, con tan mala fortuna que cuando pasaban por el Romeral fue tiroteado por avanzadillas republicanas. Y cuentan las crónicas, aunque vayan ustedes a saber cual fue la verdad y de que bando fueron los tiros que lo mató, que echando pie a tierra los guardias civiles se liaron a tirotear al camión, quizás diciéndose, en un exceso de celo propio de aquellos días ardientes “A nosotros nos apiolaran esos mierdas de rojos pero los presos no se escapan vivos” Y así fue como el tiroteo se cobró la vida del concejal, la del maestro carpintero Francisco Cano, el de la foto … Que hay que ver las cosas de la vida, pues quien iba a decirle al infeliz que a poco más de un mes de la foto iba a morir de tan mala manera en el Llano del Romeral.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA MUERTE DE CARMEN

Carmen ni en la peor de sus pesadillas imaginó que acabaría como acabó, en la mismísima puerta de su amigo Paco el del Horno: pues que te tiroteen por las espaldas una tarde de agosto cuatro soldados moros con mala puntería o prisas, que te lleven al cementerio aun viva y que te tiren al hoyo sin hacer jodido caso de tus lamentos, y allí en lo hondo rezando por tu pronto final antes que haya bastante muertos para llenarlo, lo tapen de tierra y te entierren viva, no es un plato que se pueda comer a gusto ni desear a nadie, por muy malas que sean sus entrañas.

Eso fue lo último que le pasó a Carmen en su vida, aunque vayan ustedes a saber lo que le pasó hasta que definitivamente murió: por su cabeza, se preguntaran, más de un lector aterrorizado ¿qué pasaría? viéndose tirada allí dentro sin poder moverse y espantada con la idea de que la enterraran viva, pero lo peor tuvo que ser cuando supo que el muerto caído encima y con gran violencia tirado, el cuerpo de un hombre arrojado como se tira un saco de escombros a una barrancada, es decir sin importar mucho como caiga o si revienta, era el de su marido Antonio, quien a pesar de tener el rostro horriblemente desfigurado por los balazos reconoció por su olor, pues aun olía a la colonia que aquella mañana se puso y nadie más en el pueblo usaba a excepción suya… Quizás ella, la pobre y desgraciada muchacha lloró como ni podemos imaginar, pues resultaba irónica la situación: Carmen era mujer enamorada desde que le vio por vez primera, y desde aquel instante quiso vivir el resto de su vida cerca de él, siempre anheló envejecer cerca de él, siempre soñó morir cogida a la mano de él, y entre las oscuridades asfixiantes de la tumba busco su mano y la halló para su alivio… Mas ¿qué caminos la llevaron a morir de tan mala manera? se preguntaran algunos.

Carmen no tenía hijos pero amaba a los niños, y como era mujer medianamente pudiente les daba de comer y vestía con frecuencia, pero no a los suyos que no los tenía sino a los de cualquiera con tal de que fueran pobres y hambrientos, y además era republicana, socialista, como su cuñada Isabel y su novio, que a la sazón era alcalde del pueblo. Claro está que a veces, a los niños, los vestía de pioneros, de milicianos, con sus gorros y pañuelito rojo en el cuello para que nos entendamos, y que en ocasiones no pagaba la comida de su bolsillo sino que la expropiaba a los ricos del pueblo en un acto que consideraba de justicia, pues si había algo que le hacía hervir la sangre era ver la grosera opulencia de unos pocos en contraste con el hambre de los demás en los terribles tiempos que precedieron su muerte, así que obligaba a las criadas de los ricos a vaciar sus cestas cuando volvían a casa de sus señores del mercado, aquellas cestas llenas de alimentos que hacían saltar las lágrimas de los niños y las repartía entre los que lloraban por hambres milenarias. Aparte organizó una huelga de criadas por el mes de abril, y quizás eso fue lo que le costó la vida, que una cosa era vestir a niños de milicianos o hacer de Robin Hood (aquel que robaba a los ricos para darlo a los pobres) y otra muy distinta era joder a las señoras, ponerlas a hacer mandados, fregotear y otros quehaceres impropio de su condición.

Lo cierto fue que entre el 18 de Julio y el 15 de Agosto, aciago día en que los moros entran en Archidona pasado el mediodía, hizo lo que pudo para salvar vidas, y a más de uno y una libró de las garras de asesinos que en nombre de la revolución hicieron de la misma su negocio particular. Y tan cierto es lo que digo que ella ni su marido Antonio huyeron de Archidona aquella mañana que las vanguardias fascistas bombardearon el pueblo, habiéndolo podido hacer, y mira que su cuñada y el novio insistieron “Carmen vente con nosotros, no te quedes, que los fascistas están fusilando a muchos menos señalados que tú” Pero aun sabiendo las masacres de Antequera, aun sabiendo que aquella horda al mando del general Varela no se andaba con chiquitas, decidieron quedarse en el pueblo, pues ni tenían manchadas de sangre las manos y si en cambio, a su favor, que habían salvado las vidas de muchos. Pero de nada le valió, que nada más entrar los moros la comisión gestora se puso manos a la masa y redactó la lista, y allí estaba ella. El procedimiento siempre era el mismo, una escuadra de moros anhelantes de botín al mando de un cabo de regulares y acompañados de alguien del pueblo que les servía de guía: uno golpes en la puerta, unos golpes fuertes, hechos con la culata de los fusiles, voces de la morisma intraducibles, y entre todas una voz amiga, reconocible, la de uno que estuvo escondido en su casa hasta aquella misma mañana y que entre otras cosas les debía la vida, que les ordena que salgan, que no teman nada, que no les va a pasar nada. Antonio, el marido les pregunta que a donde la llevan, que a donde vaya ella va él, les dice. Lo demás fue rápido, calle Carrera adelante los dos y rodeados de la escuadra de moros, camino de la calle Almohada, a la cárcel. Pero a la altura de la puerta principal del Colegio de los Escolapios, en el primer escalón de la calleja que sube a la de don Carlos, la tirotean. Carmen cae de bruces sobre el empedrado, Antonio se arroja sobre ella enloquecido y lo arrancan a tirones y a patadas. Él ya no ve, solo sangre ante sus ojos y los quejidos de Carmen. Quince metros más arriba se resiste a dejarla abandonada, que lo maten suplica, y lo matan, de un tiro en la nuca, justo en la puerta de la casa de su buen amigo Pedro, el del horno, el mismo que recoge un mechón de pelos sanguinolentos pegados al escalón de su casa…

PEOR QUE EL INFIERNO

¡Que desgracia, que pena lo de mi hermano Antonio!... Era lo menos que decía la anciana Carmen cuando se refería a la muerte de su hermano aquel sábado 15 de Agosto del 1936 pasado el mediodía, a la hora de más calor y a la puerta de su casa. Y la anciana lo decía con rabia, sin perdonar, con la mirada llena de iras, temblándole la voz y la mandíbula a causa del doloroso recuerdo. ¡Que desgracia, que pena lo de mi hermano Antonio! repetía una vez y otra. Y cuando se calmaba un poco añadía con gran tristeza, algo más controlada, más sosegada, que en la puerta de su casa lo asesinaron a tiros, que allí lo dejaron tirado como un perro, y que allí estuvo cinco horas sirviendo de pasto a moscas, hasta que las nuevas autoridades les permitieron (a ella y a su marido) recoger el cadáver-

Mala fue la noticia que anunció su muerte en aquella terrible tarde agosteña tan colérica y dolorosa: “Carmen, a tu hermano Antonio le ha ocurrido una desgracia, lo han matado los moros cuando iban buscando a la revolucionaria de tu cuñada …” Y ante la cara de estupor de Carmen en aquel día que nadie sabía de qué dependía continuar viviendo añadió el mensajero con voz carrasposa por la emoción, como si intentara minimizar la noticia “Lo han matado por equivocación, en la puerta de su casa” Malas fueron las horas de angustiosa espera, pero peor fue verlo boca arriba, descoyuntado su cuerpo, con los ojos abiertos y velados por una capa blanquecina, con la boca a medio abrir y con moscas muy negras y gordas zumbando sobre su rostro, con la lengua ya hinchada, con el pecho ensangrentado y destrozado por las balas y allí tirado de mala manera, en la misma puerta de su casa, entre cajas vacías de zapatos y restos de sus pertenencias, pues no tuvieron bastante con matarlo sino que sus convecinos, encanallados quizás por las circunstancias y los egoísmos, aprovecharon para robarle, para saquear su zapatería, añadía con lágrimas en los ojos.

Pero si mala fue la noticia, si malo fue verlo de aquella manera, si malo fue llevar a su hermano en unas angarillas por las empinadas cuestas del pueblo hasta el cementerio aun le quedaba pasar por lo peor, pues el sepulturero, a las puertas, no permitió que allí entrara, diciendo que tenía órdenes de impedir que los ejecutados fueran enterrados dentro del cementerio. Así que la anciana, que por entonces no era una anciana sino una hermosa muchacha, castaña rubia y ojos claros y madre de dos hijos pequeños, tuvo que hacer de tripas el corazón y tragarse la bilis que ya la asfixiaba ¿entonces dónde? preguntó desesperada, aunque se barruntaba la terrible respuesta. El sepulturero giró su cabeza a la izquierda y con un gesto del mentón señaló al corralón contiguo, que era un solar dejado de la mano de dios y hábitat de alimañas, conocido en el pueblo como cementerio de los ahorcados, donde se enterraban de mala manera, sin cruces ni responsos, sin lápidas, sin memoria, a todos los desgraciados que decidían quitarse del medio o criminales muertos sin confesión… El sepulturero, al fin y al cabo persona de bien, añadió, refiriéndose al muerto y al corralón “Es la peor manera de acabar y el peor sitio donde se puede acabar, peor que el infierno” sentenció.