viernes, 9 de enero de 2009

EL LOCO

La verdad es que nadie podrá saber nunca qué ocurrió en la cabeza del desgraciado Miguel aquella gélida mañana del siete de enero del 1936, ni que clase de demonios se instalaron en ella ni que fuegos infernales la achicharraron, pero lo cierto es que Miguel se desmadejó para siempre y se anubló para los restos después de hacer lo que hizo. Miguel hasta esa mañana había sido un buen hombre de Archidona, casado y con hijos pequeños, respetado, fiel cumplidor y tenido en gran estima por su patrón. Mas aquella mañana Miguel llegó a su trabajo quizás tocado en profundidad: dicen que llegó al molino de aceite donde trabajaba desde mozuelo con vayan a saber qué visiones y voces atronando en su cabeza, y cuentan que de pronto, mientras colgaba de un gancho su talega con el almuerzo del mediodía sintió un malestar, una cosa mala que casi lo tumba, pero que se sostuvo donde pudo para no caer y como dios le dio a entender.

Dicen que Miguel tras el colapso no fue el mismo, que una misteriosa mancha de sangre llenó sus órbitas y que algo debía zumbar con gran fuerza en sus oídos, pues con las manos (metiéndose con violencias los dedos dentro) intentaba taponárselos. Cuentan que a lo mejor aquellas voces y risotadas lo sacaron definitivamente de sus casillas, hasta ofuscarlo tanto que no se daba cuenta que estaba ciego, que no veía nada a excepción de todo sangre y demonios dando saltos a su alrededor… Y fue entonces cuando una furia desconocida, muy violenta y atropellada se comió su voluntad, pues aquel cuerpo tembloroso y roto marchó con andar vigoroso hacia donde colgaba la escopeta de dos cañones, la que había en el despacho del administrador y siempre con dos cartuchos cargada- Y antes de que nadie pueda impedirlo primero mete un tiro en la espalda del maestro molinero que anda recibiendo órdenes del patrón y otro en la cara al dueño del molino destrozándola. Después Miguel quedó como saciado de sangre, alicaído y con la mirada fija en algo que solo él estaba capacitado para ver y nadie más, y con la escopeta aun humeante colgando de una mano crispada.

Cuentan las crónicas de aquel colérico verano que las autoridades de la época no sabiendo que hacer con el loco homicida, o quizás siguiendo el procedimiento al uso o esperando que reventara lo antes posible lo empaquetaron para Málaga en el primer tren y engrilletado como dios manda. Y a la cárcel provincial fue a dar con sus huesos hasta que fuera juzgado y no al manicomio del Hospital Noble como sería lo propio, que bien mirado era lo mejor para el loco, ya que puesto a escoger entre el manicomio y la cárcel no había comparación, pues si el presidio era malo en aquellos tiempos comparándolo con la loquería pública era un plácido balneario. Y por allí anduvo Miguel, olvidado hasta finales agosto del 36, desatendido casi ocho meses y dejado a la ventura, con sus locuras y sobreviviendo vayan ustedes a saber a costa de qué milagros, hasta que unos parientes suyos lo reclaman en un periódico malagueño por finales de aquel agosto del 36. Los tales parientes, esposa, hijos padres y hermano, todos republicanos señalados en Archidona, que también llevarían pasado los suyo desde el día quince de agosto, cuando con lo puesto salieron corriendo de Archidona por la carretera de los Molinillos mientras que por la Fuente de Antequera entraban los moros de Franco tiroteando a todo lo que oliera republicano, dicen –enojados- al periodista que los entrevista “mi hermano está loco, y si ha sobrevivido fue porque algunos presos lo cuidaron durante los meses pasados, pero desde la revolución corre gran peligro porque podría ser confundido con los elementos fascistas allí presos y ser fusilado en alguna de las sacas”

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