martes, 24 de junio de 2014

Más de cuatro años sin añadir nada, como si desde aquel  lejanísimo marzo no hubiera sucedido nada...

jueves, 10 de marzo de 2011

Nuevo Libro



El próximo día 1 de Abril sale este libro, y es a partir de entonces cuando se podrá adquirir, en formato papel y digital. Si queréis más información para obtenerlo, precio y formato, contactar conmigo en el correo que aparece en este blog CENOD@HOTMAIL.COM

domingo, 25 de julio de 2010

¿ A DÓNDE IRÁN ESTOS MARINERITOS?


Quizás fueran las primeras horas de la mañana de un 15 de agosto de 1936, pues el sol alarga las sombras hacia el oeste. Y ellos, marineros muy alejados de los mares y debidamente armados posan en las afueras de Antequera, en la puerta de Granada, antes de emprender el camino que los llevará a Archidona para "liberarla de las maldades infligidas por los malvados republicanos"
Cuentan las crónicas nunca escritas que allí llegaron a primeras horas de la tarde y cuando más calor hacía, y cuentan que el horror que vieron superaba lo nunca visto: muertos por las calles solitarias, sin distinción de sexo, de mujeres y hombres, de jóvenes y viejos, de derechas y de izquierdas aprisionados entre los muros del viejo convento de Santo Domingo a espera de ser pasados por las armas... Dicen que aquello se había escapado de las manos a los reconquistadores faciosos, que nada pudieron hacer para frenar la codicia de la morisma que primero mataba y después preguntaba, y hasta que pudieron poner un poco de orden aquello fue una escabechina de la que se salvo por los pelos de ser fusilado por "rojo" mísmísimo jefe de falange local.

lunes, 10 de mayo de 2010

TAMBORES DE GUERRA


Instructores militarizados en primera línea, bien uniformados grandes y chicos y según las ordenanzas castrenses: están en las afueras de Antequera y quizás a finales del verano del 36 o en la primavera del 37, están en un descampado y quizás cerca del río para que los aprendices de guerreros a nadie molesten con sus estridencias de tambores de guerra y puedan maniobrar a placer y hasta aprender hacerlo milimétricamente...
Nada parecido a las caóticas imágenes de las milicias republicanas de unos meses antes, a aquellas imágenes donde cada uno iba como su razón daba entender o estrafalarias posesiones permitían, con monos de trabajo y alpargatas, con sombreros de paja o boinas, con cascos tan antiguos que parecían sacados de las guerras franco-prusianas, pero vestidos con la frescura y energía, con la autenticidad y pasión, con la alegría y espontaneidad, de un pueblo que descubría el protagonismo y la razón de su propio ser y destino. (foto Archivo Anaya)

lunes, 8 de marzo de 2010

¿A DÓNDE IRÁN?

Es en invierno. Seguro que es el invierno de 1937, y lo digo a juzgar por los encapotado cielos que cubren las alturas del Torcal y por lo peladas que aparecen las ramas de los arboles. Quizás la foto fue tomada por 1937 y quizás a primeros de febrero cuando la ofensiva sobre Málaga: en la foto vemos los moros de Franco abandonar Antequera, son los moros reclutados por Franco y quizás hayan acabado su trabajo en Antequera y van camino de la estación de ferrocarril para ir a otros sitios donde sus habilidades sean precisas. Van armados, cargados algunos con grandes paquetes de dudoso origen, y no desfilando sino a paso ordinario y poco marcial, y entre la atención de las gentes que los miran y vayan ustedes a saber con qué intenciones y qué pensamientos.

Su fama, la fama sangrienta de sus correrías, de sus asaltos indiscriminados, de su "carta blanca" que era sinónimo del peor de los horrores, junto al singular complemento a la soldada que era el derecho de pernada debe estar muy fresca en la memoria de muchos que los miran, y quizás por eso nadie los aplaude. (foto Archivo Anaya)

jueves, 12 de noviembre de 2009


En pocas ocasiones un escritor, un fabulador que intenta buscar la memoria para conservar su propia memoria, tiene ocasión de recuperarla con imágenes, y algo así ha ocurrido con la historia de María Salgado "La Portuguesa" pues gracias a unos rondeños que aman la memoria porque adivinaron que solo los que tienen memoria son dueños de su presente y pueden llevar a buen fin sus sueños, a José Miguel y Enrique, fotos@rondamalaga.net, puedo ofreceros el instante en que los facciosos fueron avisados de su presencia y se disponen a mandarla al otro mundo de un tiro.

jueves, 1 de octubre de 2009


Ellos eran Antonio y Carmen el día que se casaron. Más de un año de búsquedas agobiantes por archivos y censos hasta dar con el rostro de ella, y en ocasiones me sentí tan obsesionado por averiguar sus vidas, por poner rostros a su desdichada historia, que a veces casi lloraba en silencio por no encontrar nada.
Se lo debía a ellos, a los dos por su increible historia de amor mientras vivieron, se lo debía, me lo debía, porque eran de mi sangre, la de mi madre, y porque fueron asesinados vilmente por gentes viles un 15 de agosto de 1936 en Archidona, en la archidonesa calleja del Colegio ante el estupor y espanto de quienes lo presenciaron, y se lo debía, fundamentalmente porque los dos fueron muertos doblemente muertos porque eran muertos sin nombre ni rostro... hasta hoy.

martes, 18 de agosto de 2009


Increible, si no fuera cierta, la historia del dolor de este hombre a la muerte de su hija e increible lo que hace por compartir la soledad de su hija.... Nunca, desde que me la contaron un oscuro atardecer de diciembre hace tres años, desde que me la contó el actual albacea de su legado , mi querido josé nuñez de castro, y en el mísmisimo cementerio de Archidona, nunca antes , insisto, me he sentido tan extraordinariamente solidario con un dolor ajeno, ni nunca fui tan excepcionalmente comprensivo con una necesidad ajena, ni nunca estuve tan terriblemente asustado como aquella tarde en que la realidad, una vez más, superó con creces la ficción.... Su nombre Antonio Gonzalez Gozalvez.

viernes, 24 de julio de 2009

MADRUGADA DEL TRECE ( Iª parte)


Cuenta uno de los primeros soldados del ejercito de los sublevados que a eso de las diez de la noche entró en Antequera el día doce de agosto de 1936, uno que llegó a bordo de un blindado que aparcó en la mismísima puerta del cuartel de la guardia civil y al que acompañaba, voluntario, un antequerano de nombre Casaus: “paramos en la puerta del cuartel, ante una oscuridad y una soledad que ponían ribetes de pavor”

Para entender el silencio de cementerio de Antequera aquella noche agosteña que entraron las vanguardias del general Varela por la Verónica al mando del comandante Corrales, un antequerano con sangre antequerana también, hay que hacer un poco de historia, mirar un poco hacia atrás. Digamos que las cosas se habían puesto muy jodidas para los republicanos antequeranos en aquellos días. Se suponía una fuerza de dos mil milicianos republicanos defendiéndola, más que suficientes teniendo en cuenta su posición privilegiada por estar en alto, pero la realidad era otra desde aquel mediodía cuando Mollina, última esperanza de defensas, cayó sin apenas ofrecer resistencia. Cuentan los vencedores con sarcasmos, hirientes y burlescos, que el jefe militar de las fuerzas republicanas (don Antonio García Prieto, también alcalde, un malogrado alcalde al que no le perdonaron la vida tres años después) que a primeras horas de la tarde, y a uña de caballo, marchó a Málaga diciendo a los suyos que resistieran mientras traía ayuda… Digamos, con compasión, con compresión, que el frente se había derrumbado ante el ímpetu invencible, también salvaje y sangriento, africano, de guerra sin cuartel, de carta blanca dada a una columna de legionarios y moros que hacían casi santos a los cuatro jinetes del Apocalipsis: los tales arrasaban por donde pasaban, y desde las matanzas del Arahal su fama fue en aumento hasta el punto de convertir el terror de caer en sus manos en todo un arte disuasorio eficacísimo, con el resultado final de un sálvese quien pueda que se apoderó del primero al ultimo de los milicianos que deberían haber defendido Antequera… Ese miedo primitivo a ser castrado de mala manera, a que te hagan una corbata con tus propias tripas, a ser violada mientras te degüellan con una gumia o mientras te fornican de manera innoble dejó Antequera sin la otra mitad de Antequera aquella tarde: quedó en pavoroso silencio, a oscuras y expectante, tal como nos cuenta el anónimo corresponsal.

MADRUGADA DEL TRECE (2ª)

¿Más qué ocurrió entre el mediodía del
doce y las primeras horas de la madrugada
del trece cuando entró R, nuestro
corresponsal, antes que dejara trasladado
en la crónica (1) su desconcierto,
su tremenda confusión y sensación de
pavor ante la soledad y oscuridad de
una ciudad en la que se esperaba una
fuerte resistencia?
Volvamos atrás una vez más. Ocurrió
que todo se había precipitado desde
que unas horas antes cayera Mollina sin
apenas resistencia, y no lo dice nuestro
corresponsal, pero podría decirse sin
exagerar que cayó por causa de las
famas terroríficas de las vanguardias de
moros y legionarios del coronel
Buruaga,: casi sin tiros cayó Mollina
cuentan, casi sin hacer nada los republicanos
por defenderla dice el corresponsal
ufano, muy pagado de si mismo,
pues los milicianos viendo huir a las gentes
de Humilladero por las sierras de
la Camorra y resonando en sus corazones
los disparos hechos a quemarropa
a decenas de personas que se habían
refugiado en el cementerio de Fuente
Piedra apenas tres horas antes, debieron
preguntarse para qué el sacrificio
estéril, quizás se dijeron mejor retirarse
del llano y fortificarnos en las alturas.
Pero la autentica verdad del abandono
subyacía en todos ellos a causa de un
terror irracional a caer copados, pues
veían en las horas que el calor era más
asfixiante como partiendo desde el cruce
de campillos los Tabores de Regulares
cruzaban el rió Guadalhorce por el vado
inmediato al cortijo de Carlos Blázquez
con la intención de escalar las alturas
que envuelven Antequera por el sur y
el oeste, acompañadas de baterías de alta
montaña por si fuera necesario cañonear
la ciudad. Los republicanos vieron en
aquellos movimientos el inicio de una
tenaza, el principio de una maniobra
envolvente que cerraría Antequera y a
los antequeranos en una bolsa sin posibilidad
de escape, y quizás en aquellas
horas en que un sol agobiante quemaba
la ciudad, en aquellas horas que los turbantes
de la morisma y los gorrillos isabelinos
de los legionarios asomaban
ya por las alturas de los montes que
rodean la ciudad, surgió de nuevo el
grito que paralizaba corazones y ánimos
desde semanas atrás en toda la campiña
de Andalucía la baja, aquel grito que aterrorizaba
por su eco de muertes ¡que vienen
los moros! Y un éxodo sin precedente
al sur, a Málaga, una huida sin
precedentes se inicia: hombres en su
mayoría, milicianos y republicanos,
todos los que soñaron con un mundo
más justo, mujeres y niños inocentes,
casi todos a pie y con unos pobrísimos
hatillos, con lo imprescindible, con lo
que pesa muy poco…. La ciudad
quedó antes que anocheciera muy mermada,
y los que quedaron no estaban
para fiestas pues paralizados por el
terror estaban.
(1) De la Toma de Antequera, Notas
de un testigo. R.

LA MADRUGADA DEL TRECE (3ª)

LA MADRUGADA DEL TRECE (parte 3)

Este escribidor se ve obligado a volver al hilo del relato, a las horas previas, para entender el asombro y perplejidad de nuestro corresponsal por la ciudad casi fantasmal cuando sobre la diez de la noche de aquel doce de agosto aparca el blindado en la puerta del cuartel de la guardia civil, y hemos de volver atrás unas horas, a cuando mediada la tarde de aquel 12 de agosto se dio la orden de partida desde el cruce de Campillo, en cuya vanguardia iba R. nuestro corresponsal.
R. nos dice que por confidencias de un pasado “se suponían – en Antequera- unos dos mil hombres armados con alguna fortificación en la venta de la Piscina y en Colegio de San Luís, quizás con algunas ametralladoras emplazadas en esos sitios y quizás también en la Plaza de Toros” Llegaron a la Verónica al atardecer, y al mando del capitán legionario Juan Salguero “Ni un tiro ni una alarma, y como ya se caminaba con precauciones entre las huertas el paso era lento y nos llegó la noche” nos dice. Estando allí analizando los peligros otro confidente les comunica que en el cuartel de la guardia civil hay unos 50 guardias dispuestos a cambiar de bando, dispuestos a unirse a ellos, y tras los permisos correspondientes disponen liberarlos, y justifica su presencia en el grupo de “libertadores” por ser conocedor de la ciudad. Y con las debidas precauciones suben la cuesta ya noche en un blindado: a una banda y otra del carro el comandante médico Blázquez Flores, el cabo Salomón Pizarro, los guardias José Marín Mora, Luis Martos Álvarez, Francisco Espada Jiménez, y el chofer –de cuyo nombre no se acuerda- pero si que murió al día siguiente en un bombardeo de la aviación republicana.
Suben la cuesta disparando descargas cerradas en torno al paseo y al parque (1) con el reflector encendido y con potente sirena aullando, y hubo un momento de peligro pues nos dice que oyeron ruidos y vieron a milicianos armados rondar entre las sombras a los que hicieron huir a base disparos y bombas de mano, y como no tenían claro la sincera adhesión de los guardias civiles enfilaron sus cañones tiroteando al cuartel hasta que una bandera blanca y un enronquecido ¡Viva España! rompió el silencio que tanto le sobrecogía y desasosegaba… Eso, ocurrió entre las nueve y media y las diez de la noche del día doce, y según R. minutos después hacía su entrada el general Varela por la Alameda.

(1) El ametrallamiento del Parque y sus alrededores, sus dramáticas consecuencias, serán motivo de otras crónicas.

viernes, 9 de enero de 2009

LA PORTUGUESA

Antonia Salgado, conocida por la portuguesa entre los milicianos que operaban entre Ronda y Antequera en aquel verano del 36 y muy conocida desde el inicio de la revolución por su arrojo y otras cosas no demasiadas heroicas que ella prefería olvidar ( pues algunos muertos pesaban mucho sobre su conciencia) ni en sus peores pesadillas pudo soñar que acabaría como iba a acabar de malamente, después de todo lo andado, sobre todo desde que un año atrás abandonara la aldea portuguesa de Cabanas para ir a Utrera y trabajar en las obras del pantano de Águilas, prometiéndoselas muy felices.

Antonia Salgado se veía muy mal aquel mediodía del 17 de septiembre de 1936 cerca de Ronda a la sombra de una higuera brava: que verse rota, tronchada por un balazo en la columna, tirada bajo una higuera y con la propina de un agujero en la barriga por el que le salían tripas, restos de comidas y líquidos mezclados con sangre oscura, y sin más compañía que un grupo de soldados requetés que la miraban con plural mezcla de compasión y odio a partes iguales, con un cura que quería confesarla a toda costa, un cura que le decía a gritos ¡O te pones a bien con dios o te dejo morir como una perra sarnosa…! Y viendo que no las tenia todas a su favor y quizás para sobornarla, añadió el reverendo “Si te arrepientes te meto un rafagazo de ametralladora y te pasaporto en un santiamén y así te ahorras la agonía” Y verdad era lo que decía el cura que ese tipo de heridas siempre provocaban un largo sufrimiento, que entre una cosa y otra diez o doce horas de padecimientos no se los iba quitar ni dios si antes no se la comían aun viva las alimañas del monte.

A Antonia, un tirador de élite de la columna Redondo, le había metido un balazo en el vientre, un disparo certero y mortal de necesidad con uno de aquellos terribles máuser del 16, el eficacísimo mosquetón de 7,5 mm. que alcanzaba los dos mil metros con garantías, y cuando la bala encontraba su objetivo rompía carnes y huesos. Y a Antonia la enfilaron a unos quinientos metros, así que el impacto y el agujero era tremendo, las posibilidades de sobrevivir ningunas, y la larga agonía, provocada por una feroz septicemia, asegurada. Mas ella, intentando controlar el dolor que la enloquecía, aun tuvo el ánimo para preguntar al cura cómo cojones la habían localizado, pues era evidente que los facciosos sabían que estaba allí, escondida bajo una higuera brava, que estaba allí para encender la mecha que mandaría al infierno la columna facciosa que pretendía conquistar Ronda aquel mediodía de septiembre.

Ella, antes de que respondiera, retadora, le dice que se presentó voluntaria para hacerlo, confiada en su buena suerte y estrella “aunque esta vez me ha salido rana”, añadió con amargura. Le contaron, le contó el cura, que uno del comité de guerra, un camarada suyo, un oficial de Asalto que estaba en el ajo, tenia pensado desertar y cambiar de bando en cuanto acabara la reunión en la que se decidió dinamitar el puente. El tal oficial así lo hizo, a galope, a uña de caballo cuentan las crónicas, y dio pelos y señales de la portuguesa, de lo que pretendía y donde, y lo demás es historia sabida: un veterano de las guerra africanas, un viejo brigada muy ducho en el arte de meter una bala en el careto de un tío a mil metros, buscó un altozano que dominara el terreno cercano al puente, buscó la higuera y se dispuso a esperar que la portuguesa diera señales de vida. Y así fue, que no había pasado un cuarto de hora cuando Antonia se levantó donde estaba escondida, quizás para desentumecer las piernas, y eso fue todo lo que necesito el tirador, aunque dudó por un segundo si meterle el balazo en la cabeza y regalarle una muerte limpia o en la barriga, decidiéndose por lo ultimo quizás porque había menos riesgo de fallar que en la cabeza. Ella ni oyó el disparo, solo un hierro al rojo vivo clavado por encima del ombligo que la tiro de culo, después se mira y solo ve algo que la aterroriza: un pequeño agujero por el que apenas sale sangre, la temida herida en el vientre, la que más temen los combatientes se dice antes de caer hacia atrás… Intenta arrastrarse hasta donde la mecha y encenderla, pero el brigada, que es cazador experimentado y sabe bien que el bicho esta muerto cuando está verdaderamente muerto, dispara una vez más, esta vez al pecho, y la bala entra limpia hasta romper la columna vertebral, dejándola como clavada en aquella dura tierra.
EL LOCO

La verdad es que nadie podrá saber nunca qué ocurrió en la cabeza del desgraciado Miguel aquella gélida mañana del siete de enero del 1936, ni que clase de demonios se instalaron en ella ni que fuegos infernales la achicharraron, pero lo cierto es que Miguel se desmadejó para siempre y se anubló para los restos después de hacer lo que hizo. Miguel hasta esa mañana había sido un buen hombre de Archidona, casado y con hijos pequeños, respetado, fiel cumplidor y tenido en gran estima por su patrón. Mas aquella mañana Miguel llegó a su trabajo quizás tocado en profundidad: dicen que llegó al molino de aceite donde trabajaba desde mozuelo con vayan a saber qué visiones y voces atronando en su cabeza, y cuentan que de pronto, mientras colgaba de un gancho su talega con el almuerzo del mediodía sintió un malestar, una cosa mala que casi lo tumba, pero que se sostuvo donde pudo para no caer y como dios le dio a entender.

Dicen que Miguel tras el colapso no fue el mismo, que una misteriosa mancha de sangre llenó sus órbitas y que algo debía zumbar con gran fuerza en sus oídos, pues con las manos (metiéndose con violencias los dedos dentro) intentaba taponárselos. Cuentan que a lo mejor aquellas voces y risotadas lo sacaron definitivamente de sus casillas, hasta ofuscarlo tanto que no se daba cuenta que estaba ciego, que no veía nada a excepción de todo sangre y demonios dando saltos a su alrededor… Y fue entonces cuando una furia desconocida, muy violenta y atropellada se comió su voluntad, pues aquel cuerpo tembloroso y roto marchó con andar vigoroso hacia donde colgaba la escopeta de dos cañones, la que había en el despacho del administrador y siempre con dos cartuchos cargada- Y antes de que nadie pueda impedirlo primero mete un tiro en la espalda del maestro molinero que anda recibiendo órdenes del patrón y otro en la cara al dueño del molino destrozándola. Después Miguel quedó como saciado de sangre, alicaído y con la mirada fija en algo que solo él estaba capacitado para ver y nadie más, y con la escopeta aun humeante colgando de una mano crispada.

Cuentan las crónicas de aquel colérico verano que las autoridades de la época no sabiendo que hacer con el loco homicida, o quizás siguiendo el procedimiento al uso o esperando que reventara lo antes posible lo empaquetaron para Málaga en el primer tren y engrilletado como dios manda. Y a la cárcel provincial fue a dar con sus huesos hasta que fuera juzgado y no al manicomio del Hospital Noble como sería lo propio, que bien mirado era lo mejor para el loco, ya que puesto a escoger entre el manicomio y la cárcel no había comparación, pues si el presidio era malo en aquellos tiempos comparándolo con la loquería pública era un plácido balneario. Y por allí anduvo Miguel, olvidado hasta finales agosto del 36, desatendido casi ocho meses y dejado a la ventura, con sus locuras y sobreviviendo vayan ustedes a saber a costa de qué milagros, hasta que unos parientes suyos lo reclaman en un periódico malagueño por finales de aquel agosto del 36. Los tales parientes, esposa, hijos padres y hermano, todos republicanos señalados en Archidona, que también llevarían pasado los suyo desde el día quince de agosto, cuando con lo puesto salieron corriendo de Archidona por la carretera de los Molinillos mientras que por la Fuente de Antequera entraban los moros de Franco tiroteando a todo lo que oliera republicano, dicen –enojados- al periodista que los entrevista “mi hermano está loco, y si ha sobrevivido fue porque algunos presos lo cuidaron durante los meses pasados, pero desde la revolución corre gran peligro porque podría ser confundido con los elementos fascistas allí presos y ser fusilado en alguna de las sacas”

sábado, 18 de octubre de 2008

AQUELLA NOCHE SIN ALMA NI LUNA

En honor de la verdad lo cierto fue que ni Eduardo ni Salvador tuvieron mucha suerte, pues acabar como acabaron y de forma tan tremenda, y tan misteriosamente cerca donde unos cientos de años antes otros amantes murieron por causas de un amor tan incomprendido como el suyo son cosas que si uno no las viera no las creería, añadiendo que son cuentos de combatientes poco hechos a las miserias de la guerra que intentan olvidar el horror diario sólo viendo lo que anhelan ver.

Y la verdad era que se amaban, desde que se conocieron un año atrás -en agosto de 1935- cuando coincidieron en un tertulia literaria organizada en el antequerano Círculo Recreativo por un grupo de poetas locales, y sólo bastó con que se cruzaran sus miradas para saber que el uno sería del otro por siempre, para adivinar que no necesitaban palabras para compartir sus intimidades y que sus almas eran parejas, que sus corazones latían con ritmos semejantes… Mas por cosas de aquellos tiempos, tan fieros y radicales, tan ardientes y coléricos, les cogió el inicio de la guerra en bandos diferentes (por puro azar, un viaje imprevisto de Eduardo a Sevilla) y en consecuencia fueron dolorosamente separados por abismos infranqueables. Y a su pesar y desde hacía casi dos meses luchaban en bandos contrarios, incómodos y ajenos a las razones de uno y otro bando, atrapados por un destino y una guerra que nada les interesaba ni nada aportaba a sus sueños, sin saber nada el uno del otro, sufriendo en soledad y rodeados del horror.

Y esta historia es la que se contaba por los frentes de guerra en aquel final de septiembre del 36 desde las Ventas de Zafarraya a Ronda y desde Alhama de Granada a la aldea de Montecorto. Cuentan las crónicas que a ambos los hallaron muertos de muy mala manera una patrulla del batallón republicano Antequera, que por aquellos días de septiembre del 36 tenía su base en Cauche y operaba en la zona donde transcurrieron los hechos, y la cosa sucedió así: unos milicianos, amigos de Salvador de toda la vida, husmeaban por los alrededores del Romeral buscándolo, pues el desafortunado muchacho salió voluntario la noche anterior con la misión de estudiar el terreno con vistas a preparar un contraataque que permitiera cortar la carretera que unía Antequera con Archidona a las alturas de la Peña y no había vuelto. En una acequia profunda que los facciosos habían utilizado como trinchera o pozo de tirador estaba Salvador muerto de un bayonetazo que lo atravesaba de lado a lado, que hasta se veía salir por su espalda la punta del machete un poco más arriba de los riñones y abrazado al otro caído, roto encima del que le endiñó la puñalada que casi lo partió. Decidieron separarlo del otro muerto para recoger sus objetos personales y dar tumba si se podía y fue cuando descubrieron que el otro, al que estaba fuertemente abrazado Salvador era Eduardo, su amigo, del que se decía con cierta sorna que era su novio. El terrible descubrimiento descompuso a los milicianos, que se hacían cruces con el hallazgo, pues la negra noche sin alma ni luna se la había jugado bien a los amantes. Uno de los milicianos, uno un poco simplón, preguntó después de reflexionar “De lo que ha muerto Salvador y quién lo ha hecho esta muy claro, pero ¿al otro quién lo mató?” Llevaba razón el muchacho porque Eduardo no presentaba herida alguna, así que uno de ellos dijo como si pensara en voz alta “Se le ha roto el corazón de la pena, cuando vio a quien había matado“

sábado, 27 de septiembre de 2008

LA FOTO

Una de las cosas que más desconciertan a los que se aventuran por los tiempos pasados son las fotos de época, especialmente las de aquel colérico verano del 36, y sobre todo las de días antes del 18 de julio que retratan escenas felices. Y las investigan, las estudian, echan mano de archivos y personas, y a veces logran reconstruir vidas y biografías, y a veces se espantan con el sobrecogedor final de algunos retratados, que visto como acabaron muchos más le hubieran valido no nacer y a sus madres no haberlos parido.

La fotografía motivo de este artículo fue tomada el 10 de julio de 1936, en Archidona, en una de las galerías de lo que fue antiguo colegio de los Escolapios. En ella se ve la luz del mediodía pasar por lo grandes ventanales, abiertos ellos de par en par para que algo de aire entre y refresque las estancias. Además, a dos maestros en primer plano, y al fondo la exposición de trabajos escolares, a los niños y niñas, a las autoridades e invitados, todos sonrientes y satisfechos por lo logrado en tan poco tiempo… Mas viendo a todos felices, pero ignorantes del pavoroso futuro que se les venía encima, sin saber nada del horroroso porvenir que a muchos el destino le tiene asignado, viéndolos así, tan radiantes, dan ganas de llorar, sabiendo uno lo que pasó días después a muchos de ellos.

Eran gentes satisfechas las que posaron aquel 10 de julio de 1936 en el que había sido colegio de los Escolapios de la vecina Archidona, pues al fin habíase logrado lo que parecía imposible tres meses atrás, ya que entre unas cosas y otras el pueblo llevaba casi cinco años sin escuelas por falta de recursos, que la republica fundó escuelas y nombro maestros olvidando dineros para sueldos y logística, y sobre todo porque durante el gobierno de las derechas (1933-1936) poco o nada se hizo para remediarlo, pues estos últimos miraban de reojo tales establecimientos, y sobre todo a los enseñantes, por predicar –en su mayoría- consignas republicanas y cosas poco acorde con el gusto de los oligarcas, terratenientes y curas, es decir que allí sonaba el Himno de Riego y se daban vivas a la república en lugar de vivas al rey, pero lo que los llevaba a malvivir era que en lugar de rezos y catecismos se cantaran las glorias de Bakunín o Mark… Cuentan que alcalde de Archidona, don Manuel Salcedo soltó un discurso que casi resultó mitinesco, pero que en aquellos tiempos, calientes y apasionados, era la tónica general y lo apropiado, y tras agradecer a todos sus esfuerzo, acabó diciendo, poco más o menos“ Al fin tenemos un colegio público, laico, en manos de maestros y no de frailes, donde se podrá enseñar en libertad lo que todo ciudadano de bien debe saber… ¡Para algo vino la república y ganamos las elecciones de febrero, así que hasta septiembre¡

Insisto, en la foto todos estaban contentos con el presente y se las prometían felices, mas el alcalde, socialista, no podía ni imaginar que para él no habría próximo curso, ni más hermosos otoños archidoneses por decenas de años, no podía ni imaginar que un mes más tarde tendría que hacer las maletas a toda prisa y salir de Archidona corriendo hasta Francia perseguido por una harka de moros, dejando atrás vida y trabajo, y novia, a la muy hermosa Isabel, que también estaba en la foto, y que hubo de exiliarse por su cuenta días después, primero a Ceuta y después a la Argentina. Pero de todos ellos el de más triste final lo tuvo un concejal republicano también presente en la foto, Francisco, que fue detenido el 19 de Agosto en su casa y llevado a Antequera en un camión con otros cuatro más, con tan mala fortuna que cuando pasaban por el Romeral fue tiroteado por avanzadillas republicanas. Y cuentan las crónicas, aunque vayan ustedes a saber cual fue la verdad y de que bando fueron los tiros que lo mató, que echando pie a tierra los guardias civiles se liaron a tirotear al camión, quizás diciéndose, en un exceso de celo propio de aquellos días ardientes “A nosotros nos apiolaran esos mierdas de rojos pero los presos no se escapan vivos” Y así fue como el tiroteo se cobró la vida del concejal, la del maestro carpintero Francisco Cano, el de la foto … Que hay que ver las cosas de la vida, pues quien iba a decirle al infeliz que a poco más de un mes de la foto iba a morir de tan mala manera en el Llano del Romeral.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA MUERTE DE CARMEN

Carmen ni en la peor de sus pesadillas imaginó que acabaría como acabó, en la mismísima puerta de su amigo Paco el del Horno: pues que te tiroteen por las espaldas una tarde de agosto cuatro soldados moros con mala puntería o prisas, que te lleven al cementerio aun viva y que te tiren al hoyo sin hacer jodido caso de tus lamentos, y allí en lo hondo rezando por tu pronto final antes que haya bastante muertos para llenarlo, lo tapen de tierra y te entierren viva, no es un plato que se pueda comer a gusto ni desear a nadie, por muy malas que sean sus entrañas.

Eso fue lo último que le pasó a Carmen en su vida, aunque vayan ustedes a saber lo que le pasó hasta que definitivamente murió: por su cabeza, se preguntaran, más de un lector aterrorizado ¿qué pasaría? viéndose tirada allí dentro sin poder moverse y espantada con la idea de que la enterraran viva, pero lo peor tuvo que ser cuando supo que el muerto caído encima y con gran violencia tirado, el cuerpo de un hombre arrojado como se tira un saco de escombros a una barrancada, es decir sin importar mucho como caiga o si revienta, era el de su marido Antonio, quien a pesar de tener el rostro horriblemente desfigurado por los balazos reconoció por su olor, pues aun olía a la colonia que aquella mañana se puso y nadie más en el pueblo usaba a excepción suya… Quizás ella, la pobre y desgraciada muchacha lloró como ni podemos imaginar, pues resultaba irónica la situación: Carmen era mujer enamorada desde que le vio por vez primera, y desde aquel instante quiso vivir el resto de su vida cerca de él, siempre anheló envejecer cerca de él, siempre soñó morir cogida a la mano de él, y entre las oscuridades asfixiantes de la tumba busco su mano y la halló para su alivio… Mas ¿qué caminos la llevaron a morir de tan mala manera? se preguntaran algunos.

Carmen no tenía hijos pero amaba a los niños, y como era mujer medianamente pudiente les daba de comer y vestía con frecuencia, pero no a los suyos que no los tenía sino a los de cualquiera con tal de que fueran pobres y hambrientos, y además era republicana, socialista, como su cuñada Isabel y su novio, que a la sazón era alcalde del pueblo. Claro está que a veces, a los niños, los vestía de pioneros, de milicianos, con sus gorros y pañuelito rojo en el cuello para que nos entendamos, y que en ocasiones no pagaba la comida de su bolsillo sino que la expropiaba a los ricos del pueblo en un acto que consideraba de justicia, pues si había algo que le hacía hervir la sangre era ver la grosera opulencia de unos pocos en contraste con el hambre de los demás en los terribles tiempos que precedieron su muerte, así que obligaba a las criadas de los ricos a vaciar sus cestas cuando volvían a casa de sus señores del mercado, aquellas cestas llenas de alimentos que hacían saltar las lágrimas de los niños y las repartía entre los que lloraban por hambres milenarias. Aparte organizó una huelga de criadas por el mes de abril, y quizás eso fue lo que le costó la vida, que una cosa era vestir a niños de milicianos o hacer de Robin Hood (aquel que robaba a los ricos para darlo a los pobres) y otra muy distinta era joder a las señoras, ponerlas a hacer mandados, fregotear y otros quehaceres impropio de su condición.

Lo cierto fue que entre el 18 de Julio y el 15 de Agosto, aciago día en que los moros entran en Archidona pasado el mediodía, hizo lo que pudo para salvar vidas, y a más de uno y una libró de las garras de asesinos que en nombre de la revolución hicieron de la misma su negocio particular. Y tan cierto es lo que digo que ella ni su marido Antonio huyeron de Archidona aquella mañana que las vanguardias fascistas bombardearon el pueblo, habiéndolo podido hacer, y mira que su cuñada y el novio insistieron “Carmen vente con nosotros, no te quedes, que los fascistas están fusilando a muchos menos señalados que tú” Pero aun sabiendo las masacres de Antequera, aun sabiendo que aquella horda al mando del general Varela no se andaba con chiquitas, decidieron quedarse en el pueblo, pues ni tenían manchadas de sangre las manos y si en cambio, a su favor, que habían salvado las vidas de muchos. Pero de nada le valió, que nada más entrar los moros la comisión gestora se puso manos a la masa y redactó la lista, y allí estaba ella. El procedimiento siempre era el mismo, una escuadra de moros anhelantes de botín al mando de un cabo de regulares y acompañados de alguien del pueblo que les servía de guía: uno golpes en la puerta, unos golpes fuertes, hechos con la culata de los fusiles, voces de la morisma intraducibles, y entre todas una voz amiga, reconocible, la de uno que estuvo escondido en su casa hasta aquella misma mañana y que entre otras cosas les debía la vida, que les ordena que salgan, que no teman nada, que no les va a pasar nada. Antonio, el marido les pregunta que a donde la llevan, que a donde vaya ella va él, les dice. Lo demás fue rápido, calle Carrera adelante los dos y rodeados de la escuadra de moros, camino de la calle Almohada, a la cárcel. Pero a la altura de la puerta principal del Colegio de los Escolapios, en el primer escalón de la calleja que sube a la de don Carlos, la tirotean. Carmen cae de bruces sobre el empedrado, Antonio se arroja sobre ella enloquecido y lo arrancan a tirones y a patadas. Él ya no ve, solo sangre ante sus ojos y los quejidos de Carmen. Quince metros más arriba se resiste a dejarla abandonada, que lo maten suplica, y lo matan, de un tiro en la nuca, justo en la puerta de la casa de su buen amigo Pedro, el del horno, el mismo que recoge un mechón de pelos sanguinolentos pegados al escalón de su casa…

PEOR QUE EL INFIERNO

¡Que desgracia, que pena lo de mi hermano Antonio!... Era lo menos que decía la anciana Carmen cuando se refería a la muerte de su hermano aquel sábado 15 de Agosto del 1936 pasado el mediodía, a la hora de más calor y a la puerta de su casa. Y la anciana lo decía con rabia, sin perdonar, con la mirada llena de iras, temblándole la voz y la mandíbula a causa del doloroso recuerdo. ¡Que desgracia, que pena lo de mi hermano Antonio! repetía una vez y otra. Y cuando se calmaba un poco añadía con gran tristeza, algo más controlada, más sosegada, que en la puerta de su casa lo asesinaron a tiros, que allí lo dejaron tirado como un perro, y que allí estuvo cinco horas sirviendo de pasto a moscas, hasta que las nuevas autoridades les permitieron (a ella y a su marido) recoger el cadáver-

Mala fue la noticia que anunció su muerte en aquella terrible tarde agosteña tan colérica y dolorosa: “Carmen, a tu hermano Antonio le ha ocurrido una desgracia, lo han matado los moros cuando iban buscando a la revolucionaria de tu cuñada …” Y ante la cara de estupor de Carmen en aquel día que nadie sabía de qué dependía continuar viviendo añadió el mensajero con voz carrasposa por la emoción, como si intentara minimizar la noticia “Lo han matado por equivocación, en la puerta de su casa” Malas fueron las horas de angustiosa espera, pero peor fue verlo boca arriba, descoyuntado su cuerpo, con los ojos abiertos y velados por una capa blanquecina, con la boca a medio abrir y con moscas muy negras y gordas zumbando sobre su rostro, con la lengua ya hinchada, con el pecho ensangrentado y destrozado por las balas y allí tirado de mala manera, en la misma puerta de su casa, entre cajas vacías de zapatos y restos de sus pertenencias, pues no tuvieron bastante con matarlo sino que sus convecinos, encanallados quizás por las circunstancias y los egoísmos, aprovecharon para robarle, para saquear su zapatería, añadía con lágrimas en los ojos.

Pero si mala fue la noticia, si malo fue verlo de aquella manera, si malo fue llevar a su hermano en unas angarillas por las empinadas cuestas del pueblo hasta el cementerio aun le quedaba pasar por lo peor, pues el sepulturero, a las puertas, no permitió que allí entrara, diciendo que tenía órdenes de impedir que los ejecutados fueran enterrados dentro del cementerio. Así que la anciana, que por entonces no era una anciana sino una hermosa muchacha, castaña rubia y ojos claros y madre de dos hijos pequeños, tuvo que hacer de tripas el corazón y tragarse la bilis que ya la asfixiaba ¿entonces dónde? preguntó desesperada, aunque se barruntaba la terrible respuesta. El sepulturero giró su cabeza a la izquierda y con un gesto del mentón señaló al corralón contiguo, que era un solar dejado de la mano de dios y hábitat de alimañas, conocido en el pueblo como cementerio de los ahorcados, donde se enterraban de mala manera, sin cruces ni responsos, sin lápidas, sin memoria, a todos los desgraciados que decidían quitarse del medio o criminales muertos sin confesión… El sepulturero, al fin y al cabo persona de bien, añadió, refiriéndose al muerto y al corralón “Es la peor manera de acabar y el peor sitio donde se puede acabar, peor que el infierno” sentenció.

viernes, 29 de agosto de 2008

HISTORIAS DEL FRENTE DE ARDALES

TOTAL, POR POCO MÁS DE SESENTA DUROS

La verdad era que las cosas no pintaban demasiado bien para los republicanos malagueños en octubre del 36, pues en menos de tres meses habían cedido a los militares golpistas todo el interior, es decir que los frentes fueron reculando camino del mar como quien dice hasta llegar a las montañas que al sur dividen la provincia, las del Torcal, que actuaban como frontera natural: para que nos entendamos, se había pasado de frenar el avance de los facciosos en los limites de la provincia de Sevilla y Córdoba, en la Roda y Puente Genil, en la Serranía Rondeña, a tener el enemigo en las puertas, en Árdales, por Cauche y casi a tiro de piedra la capital, vamos que a poco que se descuidaran el tal Queipo de Llano lo tendrían tomando café en calle Larios (como prometió en una de sus charlas radiofónicas) antes de las navidades.

El personal republicano de la provincia estaba muy cabreado con la marcha de la guerra porque el negocio iba regular, y sobre todo con tanto hijo de puta emboscado que hacía de la revolución su negocio particular, osea lo de siempre, de los que aprovechaban que el Pisuerga pasa por Valladolid para hacer de su capa un sayo y decían aquello que pegaran tiros otros. Y algo así pasaba en Árdales el 11 de Agosto (el mismo día que a puntito estaba de que entraran a sangre y fuego en Antequera las columnas del general golpista Varela) que debía tener un comité de guerra numerosísimo, y tanto que se sometió a votación reducirlo y mandar a los que sobraban a pelear porque no habían dineros para pagar tantos sueldos, pero como dije se sometió a votación y ganaron los que no querían jugársela (por tres votos) pero si en cambio un sueldo (tres pesetas con cincuenta céntimos) que no es que fuera mucho pero tal como estaba el patio daba para tirar y verlas venir mientras descampaba, quizás diciéndose –socarrones- aquí paz y allí gloria, que el hijo de mi madre no nació para que lo revienten de un tiro los facciosos.

Pero la rueda del destino (aunque no lo veamos) no para de dar vueltas, y aquella acta del comité se hizo publica y en los periódicos de Málaga apareció con grandes titulares dos días después, hasta que rodando y rodando cayó en manos de un manco (el brazo lo perdió en el 24 en los peñascales del Riff cuando peleaba contra la morisma) muy fervoroso de la revolución que llevaba pegando tiros desde el 18 de julio y a la sazón mandaba una columna de milicianos. El tal manco, de nombre Mario d’Ancona, la leyó y al parecer se le revolvieron las tripas y al parecer se la juró a aquellos tres héroes de la retaguardia. Y digo que se la juró porque lo primero que hizo tres meses más tarde, reciennombrado jefe militar del sector de Árdales, fue fusilarlos al mediodía del nueve de octubre del 36 tras consejo de guerra sumarisimo, y según la prensa provincial por ladrones, escribiendo el corresponsal “el fusilamiento se efectuó en tres miembros de dicho comité por motivo de haber sido encontrado en su poder joyas y dinero que no pudieron justificar su procedencia…” Lo dicho, pan para hoy y hambre para mañana y todo por poco más de sesenta duros, que fue el triste salario de tres meses.

viernes, 8 de agosto de 2008

EL NIÑO RAFALITO DÍAZ

Aquel domingo 24 de Julio del 36, una calurosa mañana de aquel colérico verano, andaba el alcalde redactando un bando donde avisaba a ladrones y asesinos que se las verían con él si continuaban con sus fechorías y robos, cuando en el despacho entró su ayudante con un manojo de periódicos del día anterior. Una noticia aparecía con grandes titulares en el periódico malagueño “julio” y su contenido puso de tan mala leche al alcalde antequerano que olvida su natural templanza y comedimiento, y suelta un ¡coño! que sobresalta a su ayudante Manolo.

Qué ocurre Antonio, preguntó amoscado el tal Manolo que andaba entretenido repasando una larga lista de nombres de refugiados, de huidos llegados el día anterior a Antequera desde la raya de Sevilla y Córdoba. Indignado, el alcalde contestó que llevaba una semana pegando tiros para que los de Málaga vengan a quedarse con todos los méritos…Y llevaba más razón que un santo don Antonio pues desde el 21 no paraba, una semana casi jugándosela a una sola carta, como en el cortijo Gómez, en Archidona, donde por poco lo acribilla un emboscado que vendió cara su vida, y al que secretamente reconocía un par como dios manda pues el tío aguantó como los buenos y antes de decir hasta nunca se dijo de perdidos al río y los que pueda llevarme por delante eso que me llevo, así que antes que los milicianos lo mandaran al infierno a bombazos mató a dos e hirió a cuatro… ¡Coño Manolo! que los de la capital siempre aparecen cuando el trabajo duro esta hecho y no silban las balas y algunos más le valdría no aparecer, que solo vienen a robar y a matar, como los dos chorizos de Málaga, de la FAI decían los desgraciados que eran, que detuvimos ayer en la plaza de abastos mientras robaban a punta de pistola a los tenderos (le exigían la recaudación para socorrer a los combatientes de la capital) y deberíamos haber fusilado en el acto, allí mismo, insistió, rojo de ira y a punto de explotar. El alcalde, que ya digo era hombre comedido en sus palabras, estaba aquella mañana desconocido pues a voces juró por sus muertos que de ahí no pasaba, que borrón y cuenta nueva y que cada perro se lamiera su cipote en adelante, y que lo de Loja fue cosa de antequeranos y no de los figurones de málaga como falsamente pregonaba el periódico de marras, que las “heroicas” milicias de la capital llegaron cuando el fregado acabó, pero eso si, con sus fotógrafos y periodistas.

Y verdad era lo que decía y justificado el cabreo de don Antonio, pues fue el antequerano Olea quien se llevó por delante de un pacazo (un tiro a gran distancia con un máuser del 16) al brigada de la guardia civil que comandaba la tropa insurrecta y acabó por descomponer la resistencia de los facciosos y sobre todo porque fue el niño Rafalito Díaz (digo niño porque tenía solo 16 años) quien con un par bien colocados y veinte voluntarios antequeranos tomó el Ayuntamiento, siendo Rafalito el primero en sentarse en el sillón del alcalde y no los pamplinas que el periódico “julio” decía.

viernes, 1 de agosto de 2008

EL MOTIN DE BOBADILLA

El tren que tenía anunciada su salida a las once cuarenta y cinco de la Malagueña Estación de los Andaluces cumplió como los buenos y salió a su hora con destino a Antequera, a la que tenía previsto llegar a las quince y siete minutos, y después de esperar en Bobadilla lo que fuera menester y las necesidades bélicas de aquellos días precisasen. El tren pitó, se estremeció como una bestia herida y tras dos intentos desesperados aquella mole de acero sobrecargada comenzó a rodar camino de los pasos montañosos del Chorro.

Los viajeros que aquel colérico domingo dos de agosto de 1936 decidieron darse un respiro del ambiente turbador de la capital eran variopintos en formas y contenidos, que aparte la natural necesidad de que unos viajan por obligación y otros por devoción allí los había ruidosos y cantarines, pues tales eran los milicianos armados hasta los dientes que se suponían caminos de los muchos frentes que eran necesario reforzar para que sobre Málaga no cayeran las harkas del general Varela antes de tiempo, y otros muchos de rostros huraños y miradas desconfiadas, casi de mala leche.

El tren llego a casi la hora prevista a Bobadilla, sobre las dos de la tarde y a la hora de comer, y los altavoces anunciaron que los trenes con destino a Ronda y Granada tenían un retraso de ni se sabía por culpa de los cabrones de los golpistas que andaban intentando reconquistar la Roda y había un lío de mil pares de cojones, total que había para rato.

La milicia bajó del tren atropellada, como un alud camino de la cantina donde se las prometían felices, mas su gozo en un pozo: cerrada a cal canto, y con un cartel anunciando que por no haber nada que vender cerrada hasta nueva orden. Seguro que está llena de botellas de fino y ristras de chorizos, dijo uno de ellos que parecía mandar, a lo que añadió otro que la culpa era de los emboscados y acaparadores que negaban a los hijos del pueblo el pan que con las armas habían ganado . Y antes que se santigua un cura loco a patadas y culatazos contra la puerta de la cantina, y dentro nada, nada de nada, vacía de todo lo que mereciera la pena, que allí dentro ni el cantinero estaba. Pues al pueblo dijeron gritando, y si no hay nada que comer nos comemos las entrañas de las beatas…Aquello acabó como acabó, ya se lo pueden imaginar.

sábado, 26 de julio de 2008

http://www.elplural.com/tribuna_libre/detail.php?id=23311

UN VIAJERO DEL 36

Por José Luís Conde Ayala

La verdad es que aquel colérico verano de hace setenta y dos años, el del 36, no dejó indiferente a nadie en nuestro pequeño mundo, pues unos, los más avisados –viéndolas venir y barruntando que no pintaban bastos- hicieron las maletas el viernes 17 de julio al atardecer poniendo tierra de por medio, mas otros, más confiados (y el exceso le costó caro, muy caro) esperaron hasta el lunes 20 o al martes 21 y se encontraron con lo que ni en sus peores pesadillas pudieron imaginar, es decir aparte perder el tren lo perdieron todo, todo lo que verdaderamente importa.

Pero a pesar de los rigores de aquellos días y los naturales desbarajustes hubo viajeros a quienes les duró el menester hasta bien entrado diciembre, aunque para su desgracia nunca pudieron volver a su casa, a su Antequera, pues en su destino estaba escrito el mortal encontronazo con un trozo de metal ardiente que rompería sus carnes, y que a la postre los llevaría a un largo viaje sin retorno… Algo así sucedió a Antonio, al capitán antequerano de milicias Antonio M., al bravo muchacho de rostro franco y sonrisa tímida que fue enterrado con todos los honores un día 12 de diciembre de 1936 en Málaga porque su viaje, el que inicia un 19 de julio cuando se monta en el tren que lo devuelve a su Antequera, había acabado: aquí, en esta ciudad, se pudo haber quedado, disfrutando de sus privilegios y logros ( era, a pesar de su extremada juventud secretario de una organización republicana), mas su espíritu de viajero inquieto lo lleva a Cauche, donde lidera (se gana a pulso el mando) un batallón de caballería, y desde allí como base no para de viajar y descubrir los rincones más hermosos de nuestra geografía, vivaqueando aquí y batallando allá, redescubriendo lugares y amando, hasta que un mal encontronazo con otros viajeros (con otros gustos y otras opiniones) cierra su círculo, y de tan mala manera que el bayonetazo clavado, descoyuntado lo dejó en la tierra que tanto amaba.

sábado, 19 de julio de 2008

JULIO Y LOS RUMORES DE ANOCHECER

Julio no es un mes cualquiera desde hace setenta y dos años para el imaginario de bastantes generaciones porque no sólo es el primero del verano que se inicia sino que en lo más profundo de su memoria es sinónimo de la gran migración. Julio es temblor, compulsivo desplazamiento a otras geografías para huir de una y terrible realidad y para buscar una vida que se niega en el origen, del éxodo de familias enteras que huyen con sus enseres camino de la nada, del tránsito por carreteras polvorientas y machacadas por un sol que derrite los sueños: Julio es, en realidad, sinónimo de nomadeos e incertidumbres, de búsqueda desesperada, de huida agobiante, de miedo a quedarse a merced de las bayonetas que amenazan y de las balas ardientes que preludian la nada.

Ocurrió un domingo de hace setenta y dos años -de un mes de julio terriblemente colérico - cuando se acabó el mundo, cuando se comenzaron a escribir terribles historias que aun nos perturban, cuando los caminos dejaron de ser ríos de polvo porque eran ríos de sangre y lágrimas, de caminos llenos de sombras sin rostro que ansiaban poner tierra de por medio entre el origen y la meta: allá al final del camino –se dicen los forzados viajeros, con voz ronca por la sed y el miedo, por el cansancio y la angustia- quizás el descanso, quizás un vaso de agua fresca del pozo, quizás el final de la locura y el fin de la pesadilla.

Julio, aquel domingo de Julio de hace setenta y dos años, fue el prólogo de un viaje inacabable para muchos cientos de miles de involuntarios viajeros, y tan inacabable que para algunos aun continua: aun merodean hijos de la vieja España por Güssen, por los desiertos de Libia, por los fiordos Noruegos, por los meandros del Jarama, entre las ruinas de Belchite o entre barrancos y hondonadas que no aparecen en mapas ni itinerario alguno… Y están perdidos, sin papeles, sin brújula que les oriente y que les facilite el retorno, pues son, aquellos forzados viajeros de hace setenta y dos años, sombras y polvo y rumores del anochecer.

martes, 1 de julio de 2008

ANIVERSARIO

..Hoy ha amanecido con el nombre Julio flotando entre las sombras, con el nombre Monterito que me acusaba de olvidos, con todos los nombres que ya no existen reclamando su cuota de vida-
¡Que desdichado y cobarde me siento!

lunes, 12 de mayo de 2008

EN MEMORIA


ELLA VIVIÓ PARA AMAR

Por José Luis Conde Ayala

Cuentan quienes compartieron sus ultimas horas que su canto de cisne fue arropar al pequeño Victor, llevarlo de la mano hasta su casa, protegerlo de las sombras y la noche, ahuyentar con su charla y risas los miedos del niño mientras cruzaban las calles desiertas... Carmen era así, simplemente estaba viva las veinticuatro horas del día los siete día de la semana y sin descansar nunca, porque Carmen amaba sin pausas, sin pedir que la relevaran de ese -a veces- duro oficio, quizás porque no supiera vivir de otra forma que no fuera dándolo todo o quizás no pudiera ser otra cosa, incluso esa noche tremenda, premonitoria, apabullante, larga e inacabable, en la que se apagó para siempre ella y morimos los demás…

Carmen murió en hora imprecisa, sin determinar, y para unos antes que para otros, pues tan increíble resultaba la noticia que a más de uno pareció un mal sueño o pesadilla de tan inconcebible… Y más de uno hubo de esperar al amanecer y las primeras luces para creerlo, para amargamente reconocer que la noche había hecho una de las suyas y para convencerse que nuevas sombras de muerte le iban helando el corazón.

Carmen seguro que murió tal como vivió, y seguro que exhaló su último aliento amando.

viernes, 25 de abril de 2008

a Macarena y Emilia



Este autor ha de agradecer publicamente el gran trabajo realizado por estas dos mujeres, por estas dos hermosas mujeres que aunque jóvenes son unas grandes profesionales por su magnifica presentación, y preparación de mi conferencia en Badolatosa, que tan gratamente me sorprendio por sus contenidos e imágenes.

martes, 15 de abril de 2008

in memoriam

Carmen Conde Ayala, la que era sangre de mi sangre y guardian de mi propia memoria, murio la pasada madrugada del domingo, y murió quizás soñando aunque en mala hora, murió quizás sin enterarse y mientras dormía, pero en que mala hora murió.