viernes, 1 de agosto de 2008

EL MOTIN DE BOBADILLA

El tren que tenía anunciada su salida a las once cuarenta y cinco de la Malagueña Estación de los Andaluces cumplió como los buenos y salió a su hora con destino a Antequera, a la que tenía previsto llegar a las quince y siete minutos, y después de esperar en Bobadilla lo que fuera menester y las necesidades bélicas de aquellos días precisasen. El tren pitó, se estremeció como una bestia herida y tras dos intentos desesperados aquella mole de acero sobrecargada comenzó a rodar camino de los pasos montañosos del Chorro.

Los viajeros que aquel colérico domingo dos de agosto de 1936 decidieron darse un respiro del ambiente turbador de la capital eran variopintos en formas y contenidos, que aparte la natural necesidad de que unos viajan por obligación y otros por devoción allí los había ruidosos y cantarines, pues tales eran los milicianos armados hasta los dientes que se suponían caminos de los muchos frentes que eran necesario reforzar para que sobre Málaga no cayeran las harkas del general Varela antes de tiempo, y otros muchos de rostros huraños y miradas desconfiadas, casi de mala leche.

El tren llego a casi la hora prevista a Bobadilla, sobre las dos de la tarde y a la hora de comer, y los altavoces anunciaron que los trenes con destino a Ronda y Granada tenían un retraso de ni se sabía por culpa de los cabrones de los golpistas que andaban intentando reconquistar la Roda y había un lío de mil pares de cojones, total que había para rato.

La milicia bajó del tren atropellada, como un alud camino de la cantina donde se las prometían felices, mas su gozo en un pozo: cerrada a cal canto, y con un cartel anunciando que por no haber nada que vender cerrada hasta nueva orden. Seguro que está llena de botellas de fino y ristras de chorizos, dijo uno de ellos que parecía mandar, a lo que añadió otro que la culpa era de los emboscados y acaparadores que negaban a los hijos del pueblo el pan que con las armas habían ganado . Y antes que se santigua un cura loco a patadas y culatazos contra la puerta de la cantina, y dentro nada, nada de nada, vacía de todo lo que mereciera la pena, que allí dentro ni el cantinero estaba. Pues al pueblo dijeron gritando, y si no hay nada que comer nos comemos las entrañas de las beatas…Aquello acabó como acabó, ya se lo pueden imaginar.

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