viernes, 8 de agosto de 2008

EL NIÑO RAFALITO DÍAZ

Aquel domingo 24 de Julio del 36, una calurosa mañana de aquel colérico verano, andaba el alcalde redactando un bando donde avisaba a ladrones y asesinos que se las verían con él si continuaban con sus fechorías y robos, cuando en el despacho entró su ayudante con un manojo de periódicos del día anterior. Una noticia aparecía con grandes titulares en el periódico malagueño “julio” y su contenido puso de tan mala leche al alcalde antequerano que olvida su natural templanza y comedimiento, y suelta un ¡coño! que sobresalta a su ayudante Manolo.

Qué ocurre Antonio, preguntó amoscado el tal Manolo que andaba entretenido repasando una larga lista de nombres de refugiados, de huidos llegados el día anterior a Antequera desde la raya de Sevilla y Córdoba. Indignado, el alcalde contestó que llevaba una semana pegando tiros para que los de Málaga vengan a quedarse con todos los méritos…Y llevaba más razón que un santo don Antonio pues desde el 21 no paraba, una semana casi jugándosela a una sola carta, como en el cortijo Gómez, en Archidona, donde por poco lo acribilla un emboscado que vendió cara su vida, y al que secretamente reconocía un par como dios manda pues el tío aguantó como los buenos y antes de decir hasta nunca se dijo de perdidos al río y los que pueda llevarme por delante eso que me llevo, así que antes que los milicianos lo mandaran al infierno a bombazos mató a dos e hirió a cuatro… ¡Coño Manolo! que los de la capital siempre aparecen cuando el trabajo duro esta hecho y no silban las balas y algunos más le valdría no aparecer, que solo vienen a robar y a matar, como los dos chorizos de Málaga, de la FAI decían los desgraciados que eran, que detuvimos ayer en la plaza de abastos mientras robaban a punta de pistola a los tenderos (le exigían la recaudación para socorrer a los combatientes de la capital) y deberíamos haber fusilado en el acto, allí mismo, insistió, rojo de ira y a punto de explotar. El alcalde, que ya digo era hombre comedido en sus palabras, estaba aquella mañana desconocido pues a voces juró por sus muertos que de ahí no pasaba, que borrón y cuenta nueva y que cada perro se lamiera su cipote en adelante, y que lo de Loja fue cosa de antequeranos y no de los figurones de málaga como falsamente pregonaba el periódico de marras, que las “heroicas” milicias de la capital llegaron cuando el fregado acabó, pero eso si, con sus fotógrafos y periodistas.

Y verdad era lo que decía y justificado el cabreo de don Antonio, pues fue el antequerano Olea quien se llevó por delante de un pacazo (un tiro a gran distancia con un máuser del 16) al brigada de la guardia civil que comandaba la tropa insurrecta y acabó por descomponer la resistencia de los facciosos y sobre todo porque fue el niño Rafalito Díaz (digo niño porque tenía solo 16 años) quien con un par bien colocados y veinte voluntarios antequeranos tomó el Ayuntamiento, siendo Rafalito el primero en sentarse en el sillón del alcalde y no los pamplinas que el periódico “julio” decía.

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