viernes, 24 de julio de 2009

MADRUGADA DEL TRECE (2ª)

¿Más qué ocurrió entre el mediodía del
doce y las primeras horas de la madrugada
del trece cuando entró R, nuestro
corresponsal, antes que dejara trasladado
en la crónica (1) su desconcierto,
su tremenda confusión y sensación de
pavor ante la soledad y oscuridad de
una ciudad en la que se esperaba una
fuerte resistencia?
Volvamos atrás una vez más. Ocurrió
que todo se había precipitado desde
que unas horas antes cayera Mollina sin
apenas resistencia, y no lo dice nuestro
corresponsal, pero podría decirse sin
exagerar que cayó por causa de las
famas terroríficas de las vanguardias de
moros y legionarios del coronel
Buruaga,: casi sin tiros cayó Mollina
cuentan, casi sin hacer nada los republicanos
por defenderla dice el corresponsal
ufano, muy pagado de si mismo,
pues los milicianos viendo huir a las gentes
de Humilladero por las sierras de
la Camorra y resonando en sus corazones
los disparos hechos a quemarropa
a decenas de personas que se habían
refugiado en el cementerio de Fuente
Piedra apenas tres horas antes, debieron
preguntarse para qué el sacrificio
estéril, quizás se dijeron mejor retirarse
del llano y fortificarnos en las alturas.
Pero la autentica verdad del abandono
subyacía en todos ellos a causa de un
terror irracional a caer copados, pues
veían en las horas que el calor era más
asfixiante como partiendo desde el cruce
de campillos los Tabores de Regulares
cruzaban el rió Guadalhorce por el vado
inmediato al cortijo de Carlos Blázquez
con la intención de escalar las alturas
que envuelven Antequera por el sur y
el oeste, acompañadas de baterías de alta
montaña por si fuera necesario cañonear
la ciudad. Los republicanos vieron en
aquellos movimientos el inicio de una
tenaza, el principio de una maniobra
envolvente que cerraría Antequera y a
los antequeranos en una bolsa sin posibilidad
de escape, y quizás en aquellas
horas en que un sol agobiante quemaba
la ciudad, en aquellas horas que los turbantes
de la morisma y los gorrillos isabelinos
de los legionarios asomaban
ya por las alturas de los montes que
rodean la ciudad, surgió de nuevo el
grito que paralizaba corazones y ánimos
desde semanas atrás en toda la campiña
de Andalucía la baja, aquel grito que aterrorizaba
por su eco de muertes ¡que vienen
los moros! Y un éxodo sin precedente
al sur, a Málaga, una huida sin
precedentes se inicia: hombres en su
mayoría, milicianos y republicanos,
todos los que soñaron con un mundo
más justo, mujeres y niños inocentes,
casi todos a pie y con unos pobrísimos
hatillos, con lo imprescindible, con lo
que pesa muy poco…. La ciudad
quedó antes que anocheciera muy mermada,
y los que quedaron no estaban
para fiestas pues paralizados por el
terror estaban.
(1) De la Toma de Antequera, Notas
de un testigo. R.

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