viernes, 24 de julio de 2009

LA MADRUGADA DEL TRECE (3ª)

LA MADRUGADA DEL TRECE (parte 3)

Este escribidor se ve obligado a volver al hilo del relato, a las horas previas, para entender el asombro y perplejidad de nuestro corresponsal por la ciudad casi fantasmal cuando sobre la diez de la noche de aquel doce de agosto aparca el blindado en la puerta del cuartel de la guardia civil, y hemos de volver atrás unas horas, a cuando mediada la tarde de aquel 12 de agosto se dio la orden de partida desde el cruce de Campillo, en cuya vanguardia iba R. nuestro corresponsal.
R. nos dice que por confidencias de un pasado “se suponían – en Antequera- unos dos mil hombres armados con alguna fortificación en la venta de la Piscina y en Colegio de San Luís, quizás con algunas ametralladoras emplazadas en esos sitios y quizás también en la Plaza de Toros” Llegaron a la Verónica al atardecer, y al mando del capitán legionario Juan Salguero “Ni un tiro ni una alarma, y como ya se caminaba con precauciones entre las huertas el paso era lento y nos llegó la noche” nos dice. Estando allí analizando los peligros otro confidente les comunica que en el cuartel de la guardia civil hay unos 50 guardias dispuestos a cambiar de bando, dispuestos a unirse a ellos, y tras los permisos correspondientes disponen liberarlos, y justifica su presencia en el grupo de “libertadores” por ser conocedor de la ciudad. Y con las debidas precauciones suben la cuesta ya noche en un blindado: a una banda y otra del carro el comandante médico Blázquez Flores, el cabo Salomón Pizarro, los guardias José Marín Mora, Luis Martos Álvarez, Francisco Espada Jiménez, y el chofer –de cuyo nombre no se acuerda- pero si que murió al día siguiente en un bombardeo de la aviación republicana.
Suben la cuesta disparando descargas cerradas en torno al paseo y al parque (1) con el reflector encendido y con potente sirena aullando, y hubo un momento de peligro pues nos dice que oyeron ruidos y vieron a milicianos armados rondar entre las sombras a los que hicieron huir a base disparos y bombas de mano, y como no tenían claro la sincera adhesión de los guardias civiles enfilaron sus cañones tiroteando al cuartel hasta que una bandera blanca y un enronquecido ¡Viva España! rompió el silencio que tanto le sobrecogía y desasosegaba… Eso, ocurrió entre las nueve y media y las diez de la noche del día doce, y según R. minutos después hacía su entrada el general Varela por la Alameda.

(1) El ametrallamiento del Parque y sus alrededores, sus dramáticas consecuencias, serán motivo de otras crónicas.

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